En esta obra, conocida como el Segundo Discurso (el primero sería su Discurso sobre las ciencias y las artes), Rousseau se propone mostrar cómo el desarrollo de la civilización acaba por corromper la felicidad y la libertad natural de los seres humanos al crear desigualdades artificiales de riqueza, poder y privilegio social. En forma de relato histórico, Rousseau reescribe el mito de la caída y se remota al hombre natural para ofrecer una explicación acerca de los problemas modernos: en los orígenes está la inocencia, la tranquilidad feliz; en el mundo que conocemos, en cambio, imperan la angustia y la negación de nuestra naturaleza. La desigualdad entre los hombre aparece no como una cualidad intrínseca del ser humano, sino que es más bien, nos dice Rousseau, resultado de la institución de la sociedad civil y la propiedad privada. La desigualdad nos lanza, pues, a una carrera incesante por las cosas, el elogio y el reconocimiento en la que nadie gana. A trescientos años de su nacimiento, Jean-Jacques Rousseau. Sigue siendo un pensador vigente, que nos invita a reflexionar sobre las paradojas de todo orden social.