En el siglo II a.C., en un recóndito valle del sur de Italia, un liberto llamado L. Manneius Q. Menecrates mandó grabar su epitafio en un monumento de caliza. En la inscripción indicó aquello por lo que quería ser recordado: que había nacido en la ciudad de Tralles y que había ejercido la profesión de médico. Cuando decidió preservar su memoria de este modo, Menecrates no podía imaginar que su estela sería seguida por una larga lista de clínicos que, llegados también desde tierras orientales, difundieron la medicina griega en Roma y las regiones Italicae Augustae en los siglos sucesivos. Con el transcurrir del tiempo figuras como el medicus, la medica o el chirurgus pasaron a ser parte indispensable de la sociedad romana, llegando en ocasiones a integrar la élite y a prestar sus servicios al emperador. Muchos de estos hombres y mujeres implicados en el ejercicio del ars medica dejaron, al igual que Menecrates, su recuerdo inscrito en piedra. Este libro trata de contar su historia.