Por mucho que aparezca hoy como algo teóricamente incuestionable, la realidad de la esencial igualdad del ser humano es algo difícil de reconocer en la práctica. Históricamente no lo ha sido nunca y en la actualidad tampoco lo es. El factor que lo impide es el atributo existencial (clase, raza, sexo, nación, civilización) que contamina ?consciente o inconsciente? nuestras referencias de conducta personal. Pero como no hay nada más fuerte que la realidad, el resultado de su falta de reconocimiento ha sido y es, con demasiada frecuencia, el terror y el crimen. Necesitamos por ello eliminar al atributo de nuestras referencias morales, necesitamos un modelo sin atributos capaz de sacrificar la seguridad espiritual que tan fácilmente proporciona lo atribuido desde fuera a la realidad moral. Capaz de reconocer, cuando los encuentre, esos humildes e incómodos ocho minutos de arco, que siempre obligan a comenzar de nuevo.