Este libro es un pobre embalaje que aunque pueda “oler a cosas de Dios”, lo que hay detrás huele mejor. Lo que suscita que estas letras expresen algo, es más importante que lo que expresan. Nadie puede -jugando con las palabras- meter a Dios entre sus páginas. Que este Volviendo a Sicar sea un recuerdo, un decir lo que el autor ha deseado recoger del aroma de la presencia de Dios, aunque sea con el esfuerzo inútil de la imprenta.