¿Se puede representar el terror? Pero, ¿y si el terror surgiera precisamente de la propia reiteración de la representación, aquella a la que se reduce modernamente la subjetividad? En tal caso, el terror y la subjetividad constituirían las dos caras de un mismo fenómeno que transforma a su vez el arte: de la presencia singular de la cosa que ha de ser recogida en una mirada a la repetición infinita de la mirada que ya no puede captarse más que a sí misma.