Las evaluaciones experimentales o aleatorias minimizan los sesgos de selección, poseen alta validez interna y cuantifican con rigor el impacto de una intervención. Pero atienden sobre todo a las preocupaciones del financiador de la intervención dejando de lado los intereses y capacidades de los propios participantes. Las evaluaciones participativas maximizan el empoderamiento y aprendizaje dentro de la comunidad intervenida, pero ¿qué rigor poseen sus conclusiones?, ¿pueden cuantificarlas sin sesgos? El documento de trabajo presenta ambas metodologías aparentemente enfrentadas, para posibilitar un conocimiento suficiente que permita decidir cuál es la que conviene utilizar en cada momento o si se puede realizar una fusión creativa entre ellas