Como todos los martes nace en una noticia aparecida en los periódicos: una mujer había muerto al caerle unos cascotes desde un edificio. Iba acompañada de su hijo, al que llevaba al colegio y que resultó ileso. No así su madre que murió en el acto. Destino, casualidad, son algunas palabras que dan paso a esta historia en la que Laura viaja a la velocidad de la luz a través de su vida, la que fue y la que, quizás, nunca existió. Poco queda en el texto de la situación original que contaban los diarios. El autor imagina cuáles serán los pensamientos que como relámpagos surgen en alguien a punto de morir y que ni siquiera tiene tiempo para comprender lo que ocurre. En unos segundos hay tiempo para la risa y el llanto, para el placer y el miedo. Hay tiempo para la vida.