«Envejecer es dar la bienvenida a la lentitud. No hablo de ser viejo, porque ni lo soy ni lo sé. Los que he visto son como postales que no escribí yo. Hablaría de oídas. Pero empiezo a comprender lo que significa recorrer ese camino. La imagen de la persona vieja que un día seremos se forja despacio, mucho antes de caer en la cuenta de que el proceso ha comenzado. Los músculos pierden tensión, potencia. Eso afecta al brío. Puede manifestarse en la no celebración de un gol que hace años te hubiese puesto en pie de un salto, hasta en la forma recatada en que se muestra cualquier entusiasmo que anteriormente obedecía a una combustión espontánea. Ciertas pequeñas pasiones se apagan sin hacer ruido. Las grandes aún resisten, aunque con miedo a que un día las mires y compruebes que su caducidad también ha comenzado. Creo que hay un momento en que esas dos personas viven dentro de ti. Lo imagino como esas coincidencias de antiguos conocidos en un transporte público. Jurar para ti que conoces a alguien, y a la vez saber que no lo es. O negarlo por la pereza de ponerse a buscar el extremo de un hilo en el vacío.»