El reverendo Charles Lutwidge Dodgson era un tímido diácono de Oxford que ejercía como profesor de matemáticas; un hombre bastante corriente si no fuera por su afición a fotografiar jovencitas y por unos libros extraños que publicó con el pseudónimo Lewis Carroll. Amante de las paradojas, aquel hombre tranquilo no supo que su vida iba a convertirse en la mayor de ellas: acabar siendo nuestro contemporáneo. Aunque, para evitar malentendidos, habrá que aclarar que ese hombre fantasioso a pesar de su carácter meticuloso y obsesivo, conocido hoy como Lewis Carroll, y tal como señaló agudamente Virginia Woolf, no es un escritor para niños, sino —sobre todo en las dos Alicias— un escritor capaz de hacer libros en los que podemos, de nuevo, volver a ser niños. Los textos que se reúnen en este volumen, sin embargo, están dirigidos claramente a un público adulto, y revelan al Carroll más brillante: al mago del lenguaje capaz de los más sofisticados juegos de palabras, a menudo de casi imposible traducción; al matemático apasionando por la lógica; al genial creador de paradojas; incluso, en el relato que da título al libro, al fotógrafo pionero que fue.