Tres mujeres japonesas del siglo XX, poetisas de haiku y de senryû, tres actitudes ante su sociedad: la proscrita, la fugitiva y la mujer-raíz. En primer lugar, Suzuki Masajo, una mujer que regentó un bar en Ginza, forzada a casarse con el marido viudo de su hermana, adultera confesa, que se negó a que el haiku no pudiese hablar de amor o de sexo, estigmatizada en los ambientes más puristas del haiku. En segundo lugar, Kamegaya Chie, emigrante en el Canadá, esa parte de la cultura nipona que existe fuera y al margen de su sociedad, con su haiku fuertemente contagiado de la modernidad poética occidental y su expresivo patetismo, cuya obra es desconocida en su propio país. Y, por último, Nishiguchi Sachiko, una anciana que aún vive, y que ha pasado toda su vida en una aldea de cuarenta casas en el corazón de Shikoku, cultivando su huerto, cultivando su haiku seco y difícil, Japón en estado puro: ausencia total de pretensión, “una de tantas malas hierbas del haiku en Japón”, según sus propias palabras. Tres maneras de ser ignorada como mujer en la cultura japonesa.