Los maestros de la modernidad convirtieron la arquitectura doméstica en un laboratorio de cajas de aire. Sus viviendas hicieron del espacio a una caja la patria de un nuevo tiempo por conquistar. Una nueva forma de habitar surgía al calor de una nueva técnica y de una renovada intimidad. La caja establecía la relación entre un hombre viejo y un mundo nuevo que había llegado casi sin esperarlo. El interior de la vivienda especulaba la expectativa de un mundo desconocido. Aquella caja guardaba en su interior a un hombre temeroso de un mundo con el que no contaba y no conocía. Su interior hizo de la vida moderna la habitación de lo visible y lo invisible, de lo que estaba dispuesto a compartir y de lo que se quedaba para si mismo. La caja, a veces mágica a veces terrenal, dictaba una alternancia de lo público y lo privado como relación vigilante con aquel mundo cambiado.