El 25 enero del año 2000 se celebró en Roma una ceremonia de clausura de la Semana de oración por la unidad de los cristianos. Fue presidida por el cardenal Roger Etchegaray.
El cardenal narró entonces la siguiente leyenda, oída a un sacerdote ortodoxo:
Cuando Jesús, después de la Pascua, estaba a punto de subir al Cielo, dirigió la mirada hacia la tierra y la vio sumergida en la oscuridad, a excepción de unas lucecillas que iluminaban la ciudad de Jerusalén.
En plena Ascensión, se cruzó con el ángel Gabriel, quien estaba acostumbrado a realizar misiones terrestres. El mensajero divino le preguntó:
-¿Qué son esas lucecillas?
-Son los apóstoles reunidos en torno a mi Madre, -le contestó Jesús-. Mi plan es que, una vez que regrese al Cielo, les envíe el Espíritu Santo para que estos pequeños fuegos se conviertan en una gran brasa que inflame de caridad toda la tierra.
– El ángel se atrevió a replicarle:
-Y, ¿qué harás si el plan no funciona?
Tras un momento de silencio, Jesús respondió:
-¡No tengo otros planes!
(Fco. Fernández Carvajal, «El día que cambié mi vida», p. 267, cap. 67)