«No habría necesidad de predicar si nuestra vida estuviera resplandeciente de virtudes.
No serían necesarias las palabras si mostráramos las obras.
No habría paganos si nosotros fuéramos verdaderamente cristianos: si observamos los preceptos de Jesucristo, si soportáramos el ser injustamente tratados y defraudados, si bendijéramos a los que nos maldicen, si devolviéramos bien por mal.
No habría nadie tan monstruoso que no abrazara enseguida la verdadera religión, si realmente todos nos comportáramos así.»