Se cuenta de un buen fraile que ardía en deseos de ver a la Virgen. Tanto insistió que María le dijo: «Si me ves, te quedarás ciego. Los ojos que me ven ya no quieren ni pueden contemplar ninguna otra cosa».
A pesar de eso, insiste en verla. María accede a sus ruegos y se deja ver. Y el fraile, astuto, en el momento de la aparición, tapó un ojo. Del otro perdió la vista; pero la conservó del que había tapado.
Poco tiempo después, de nuevo ansía volver a verla. Esta vez, ya lo sabía, no podría hacer trampa: se quedaría ciego.
No obstante insiste en su petición. La Virgen acaba accediendo a sus ruegos: de nuevo se le aparece. Y, en lugar de quedarse ciego, le devuelve la vista del ojo que la había perdido.
«Véante mis ojos, dulce Jesús bueno. Véante mis ojos, muérame yo luego».
«El Señor hizo en mí maravillas…» María es, sin duda la obra maestra de Dios: «Bendita entre todas las mujeres». Dios ha podido hacer con Ella todo lo que quiso.
¡Si yo le dejase hacer…!.
Agustín Filgueiras