Nació el 11 de diciembre de 1821 en Munstergeleen, diócesis de Ruremond (Holanda). Fue bautizado el mismo día de su nacimiento con el nombre de Juan Andrés. Devoto y reservado por naturaleza, desde niño manifestó el deseo de ser sacerdote. Recibió la primera Comunión el 26 de abril de 1835, y la Confirmación el 28 de junio de ese mismo año. Empezó los estudios clásicos en Sittard, y los prosiguió en Broeksittard; los interrumpió en 1840 para hacer el servicio militar.
Precisamente en el cuartel de Bergen-op-Zoom, en 1841, a través de un compañero de armas, hermano de un religioso pasionista, oyó hablar por primera vez de la Congregación de la Pasión. Después del servicio militar, completó sus estudios. Sintiéndose atraído por esa espiritualidad, solicitó ser admitido en los pasionistas. Su petición fue aceptada por el beato Domingo Barberi. Entró en el noviciado de Ere, cerca de Tournai, el 5 de noviembre de 1845. El 10 de diciembre del año siguiente, terminado el año canónico del noviciado, emitió los votos; tomó el nombre de Carlos de San Andrés. Tras completar los estudios filosóficos y teológicos, el 21 de diciembre de 1850 recibió la ordenación sacerdotal.
Inmediatamente después lo enviaron a Inglaterra, donde los pasionistas habían fundado tres conventos. Allí ejerció durante un tiempo el cargo de vicemaestro de novicios, en Broadway, y el ministerio sacerdotal en la parroquia de San Wilfrido y en el barrio, hasta que en 1856 lo trasladaron al nuevo convento de Mount Argus, cerca de Dublín. Vivió casi todo el resto de su vida en ese retiro.
Fue sacerdote de singular piedad; se distinguió particularmente en el ejercicio de la obediencia, en la práctica de la pobreza, de la humildad y de la sencillez, y aún más en la devoción a la pasión del Señor. Llevaba siempre en la mano un pequeño crucifijo, para no apartarse de la contemplación de la Pasión, y celebraba con mucho fervor la santa misa, que a menudo prolongaba más de lo común. Se dedicó particularmente a la dirección espiritual de las almas a través de la confesión.
La fama de sus virtudes atrajo muy pronto al convento a un gran número de fieles, que pedían su bendición. En una ocasión, mientras visitaba una parroquia de campo, transportaron a los enfermos fuera de sus casas y los alinearon a lo largo de la calle, para que los bendijera. Existen testimonios atendibles de curaciones sorprendentes, que le valieron la fama de taumaturgo.
Precisamente a causa de dicha fama, difundida en todo el Reino Unido y extendida también en Estados Unidos y Australia, para darle un poco de tranquilidad fue trasladado en 1866 a Inglaterra, donde vivió en los conventos de Broadway, Sutton y Londres.
En 1874 volvió a Dublín, donde permaneció hasta su muerte. Hacia 1880, su salud comenzó a empeorar, también a causa de la vida austera y de la penitencia que hacía, pero jamás se le oyó lamentarse. El 12 de abril de 1881, la carroza en la que viajaba sufrió un accidente, y el padre se fracturó el pie derecho y la cadera. No logró curarse jamás completamente, contrayendo la gangrena. A partir del 9 de diciembre del año siguiente se vio obligado a guardar cama, y, después de grandes sufrimientos, vividos en silencio y ofrecidos al Crucificado, murió al amanecer del 5 de enero de 1893.
Fue beatificado el 16 de octubre de 1988 por el Papa Juan Pablo II.