«Abel ofreció al Señor de las primicias de las ovejas y de su grasa; Caín en cambio de los frutos de la tierra, pero no de las primicias de esos frutos. Por esta razón dice: Y miró Dios a los sacrificios de Abel, pero no prestó atención a las ofrendas de Caín (Gn 4, 4). ¿Cuál es la enseñanza de esta narración? Que es agradable a Dios todo lo que se ofrece con temor y fe y no lo que se ofrece ostentosamente y sin amor. Tampoco Abrahán hubiera recibido de Melquisedec en modo alguno la bendición si no hubiese ofrecido las primicias y las partes principales al sacerdote de Dios (Hb 7, 4; Gn 14, 18).
Llama partes principales al botín del alma misma y a la mente. Nos exhorta a que no presentemos mezquinamente a Dios alabanzas y oraciones, ni ofrezcamos cualquier cosa, sino que le consagremos la mejor parte del alma, más aún, que le entreguemos toda el alma con todo amor y deseo (…) Y el mismo Dios vendrá a nosotros y realizará a través de nosotros las obras de la justicia».
(Ofrecimiento de obras. San Gregorio de Nisa, Enseñanza sobre la vida cristiana, 80)