“Una madre solía rezar por las noches con una hija pequeña, de unos seis años, tres avemarías, al acostarla. Una noche la madre le dijo:
-Hoy vamos a rezar una avemaría más a la Virgen para que ponga buena a la tía Marta.
Rezaron esa avemaría por la tía, cada noche, durante un par de semanas.
Después, la madre no dijo nada y dejaron de rezarla.
A la tercera o cuarta noche sin hacerlo, la niña preguntó:
-Mamá, ¿Porqué no rezamos por la tía Marta?
Es que la Virgen ya la puso buena –respondió la madre.
-Y si la puso buena –replicó la niña-, ¿no deberíamos rezar para darle gracias?”
(Agustín Filgueiras Pita, “Un pan para cada día”, 5 de diciembre, p. 419)