Acude a mi memoria la frase que San Pablo dirige a los cristianos de Corinto: «No os apocáis en nosotros, sino que os apocáis en vuestros corazones». A menudo nos sentimos agobiados por nuestra situación, por nuestra familia o nuestro entorno. No obstante, quizá el problema resida fuera: ciertamente, es en nuestros corazones donde nos angustiamos, en ellos está el origen de nuestra falta de libertad. Si amáramos más, el amor daría una dimensión infinita a nuestras vidas y nunca volveríamos a sentirnos oprimidos.
Con esto no quiero decir que no existan a veces circunstancias objetivas que transformar, situaciones difíciles o agobiantes que es preciso superar para que el corazón experimente una auténtica libertad interior. Pero creo también que con frecuencia vivimos engañados y echamos la culpa a lo que nos rodea cuando el problema reside más allá. Nuestra falta de libertad proviene de nuestra falta de amor: nos creemos víctimas de un contexto poco favorable cuando el problema real (y con él su solución) se encuentra dentro de nosotros.
Es nuestro corazón el prisionero de su egoísmo o de sus miedos; es él el que debe cambiar y aprender a amar dejándose transformar por el Espíritu Santo. He aquí el único modo de escapar de ese sentimiento de angustia en el que nos encerramos. Quien no sabe amar, siempre se sentirá en desventaja, todo le agobiará; quien sabe amar, no se creerá encerrado en ningún sitio. Esto es lo que me ha enseñado Santa Teresita. Y me ha hecho comprender también otra cosa importante que desarrollaremos un poco más adelante: ‘nuestra incapacidad para amar proviene muchas veces de nuestra falta de fe y de esperanza.