«Cuando el carácter sagrado de la vida antes del nacimiento sea atacado, nosotros reaccionaremos para proclamar que nadie tiene jamás el derecho de destruir la vida antes del nacimiento.
Cuando se hable de un niño como de una carga, o se le considere como medio para satisfacer una necesidad emocional, nosotros intervendremos para insistir en que cada niño es un don único e irrepetible de Dios, que tiene derecho a una familia unida en el amor.
Cuando la institución del matrimonio esté abandonada al egoísmo o reducida a un acuerdo temporal que se puede rescindir fácilmente, nosotros reaccionaremos afirmando la indisolubilidad del vínculo matrimonial.
Cuando el valor de la familia esté amenazado por presiones sociales y económicas, nosotros reaccionaremos no sólo para el bien privado de cada persona, sino también para el bien común de toda la sociedad, nación y Estado.
Cuando la libertad, pues, se utilice para dominar a los débiles, para dilapidar las riquezas naturales y la energía y para negar a los hombres las necesidades esenciales, nosotros reaccionaremos para reafirmar los principios de la justicia y del amor social.
Cuando a los enfermos, los ancianos, los moribundos se los deje solos, nosotros reaccionaremos proclamando que son dignos de amor, de solicitud y de respeto».
(Juan Pablo II, Homilía en el Capitol Mall, Washington, 7.X.1979)