En esta celdita le hizo Dios muchas mercedes; en particular, quitando a unos mosquitos para que no la
ofendiesen, porque estaba la celda en la huerta y en estas partes
en las huertas se crían gran suma de mosquitos que punzan y
ofenden. La celda estaba llena de ellos, a los cuales dijo la santa:
“Hermanos mosquitos, hagamos un concierto. Yo no os haré mal
ninguno con tal que vosotros no me hagáis daño, sino que alabemos todos al Señor”; lo cual hicieron y cumplieron los
mosquitos fielmente, pues nunca la mordieron y tocaron.
La misma Rosa le contó al contador Gonzalo de la Maza, a quien
consideraba como un padre: Padre mío, yo tengo hecha amistad
con los mosquitos desde que vine a esta celdita y así, no sólo no
me pican, pero antes me son motivo muy grande para alabar a
Nuestro Señor; porque por las noches se recogen aquí dentro y se
pegan por estas paredes grande multitud de ellos. Y, cuando por
las mañanas vengo y abro la puerta, se levantan y les digo que
alabemos a Nuestro Señor.