Las Navas de Tolosa
Texto del libro Historia de España contada con sencillez (José María Pemán).
Hacia mediados de julio, el ejército español estaba metido por las quiebras de Sierra Morena. Los moros estaban ya muy cerca y los cristianos se encontraban en posición difícil, en un desfiladero, donde era tan peligroso volver hacia atrás como seguir adelante. Afortunadamente unos pastores que por allí andaban y que los españoles creyeron ser ángeles por el gran servicio que les hicieron, les enseñaron unas veredas ocultas y caminillos de cabras, por donde lograron salir de aquel mal paso y llegar a un terreno llano, junto a las Navas de Tolosa.
Era el año 1212, día de Nuestra Señora del Carmen. Los cristianos se decidieron a dar la batalla en aquel buen terreno. Al clarear el día, hubo misas en el campamento y comulgó toda la tropa. En seguida se desplegó el ejército en orden de batalla: en el centro, los caballeros de Portugal y el rey de Castilla; a la derecha, el rey de Navarra, y a la izquierda, el de Aragón. ¡Al fin era España toda la que avanzaba en línea!
El ejército moro, que había conocido los grandes preparativos españoles, había reunido también para el choque una gran cantidad de soldados, casi cuatro veces más que los cristianos.
En el primer momento, los moros embisten furiosamente el centro con una gran masa de infantería, seguida de caballos y camellos. Tratan de cortar en dos al ejército cristiano. El centro vacila. Entonces los navarros del ala derecha se corren por el flanco y caen furiosamente sobre el campamento moro. Su embestida es arrolladora. Rompen las cadenas que defendían las tiendas, y que desde entonces figuran en su escudo de armas. Todavía, sin embargo, hay un momento en que parece que los navarros van a ser envueltos.
El rey de Castilla, Don Alfonso VIII, quiere picar espuelas a su caballo y meterse en medio de la pelea. Le dice al arzobispo de Toledo, que tiene a su lado: «Arzobispo, es hora de morir». Pero el Arzobispo, sereno, firme, le aprieta duramente el brazo con su guante de hierro y le dice: «No; es hora de vencer…». En aquel momento, el ala aragonesa de la izquierda ha entrado de refresco en la batalla. Las tropas moras empiezan a flaquear. Comienza la huida. Cuando la noche va cayendo, unos soldados traen al rey Alfonso la tienda de campaña, de bella tela carmesí, del rey moro. Y sobre el campo sembrado de muertos, se levantan las voces de los cristianos cantando el himno de acción de gracias: «A Ti, Señor, te alabamos; a Ti, Señor, te confesamos… ¡Padre de inmensa majestad!».