Rodearse de los mejores: Un cuento de Sudán (La zorra y el León)
Un señor llevaba este pin: Yo también estoy de acuerdo, pero yo no les elegí. Es común lamentarse de lo inútiles que son los políticos; pero la respuesta al lamento debe ir en las urnas, no en palabras que se lleva el viento.
LA ZORRA Y EL LEÓN
SUDAN
Un día los habitantes del valle se reunieron en consejo para una decisión muy importante. Había que solucionar un urgente problema.
– Habréis advertido- empezó el buitre- que hay frecuentes peleas entre los habitantes de nuestro valle y nuestros vecinos. ¿No sería mejor que encargásemos a algunos de nosotros para apoyar nuestras razones y defender nuestros derechos?
– ¡Óptima idea es la tuya!- comentó el conejo-. Así podremos dedicarnos a las labores domésticas con paz y tranquilidad, sin tener que mirar quién hay a nuestras espaldas.
Y empezaron las discusiones. Uno quería elegir al gato, porque tiene el paso tan silencioso que puede acercarse a cualquiera sin que lo vean. Otro prefería al ratón, porque puede meterse por todas las rendijas y prevenir las jugadas del enemigo. Había que optar por el elefante, porque con sus bramidos se impondría ciertamente a los demás.
– Os equivoicáis- dijo la mona-, yo opino que debemos elegir al que sea más astuto y más fuerte. Todos estuvieron de acuerdo, pero cuando se trató de decidir quién era el más astuto y más fuerte, empezaron las contiendas.
– Yo- concluyó finalmente la gallina- conozco un animal como no existe otro en la jungla.
Y con esto se disolvió la asamblea. Durante la noche la zorra fue a ver al león
– Mira, amigo,- le dijo- es sabido que yo soy la más astuta de todos los animales y que ninguno te iguala en fuerza. ¿Qué te parece si trabajamos juntos? Lo que no se ha encontrado nunca en un animal solo, se encuentra centuplicado en nosotros dos.
Todavía no se habían apagado los gritos de alegría por la elección de la zorra y del león como delegados del pueblo, y ya estaba la gallina en las fauces de la zorra.
– Pero- decía la infeliz- te hemos elegido para defendernos. ¿Así nos pagas?
– Bien ves que mis ocupaciones no me permiten ir a cazar. Además, necesito un alimento abundante y sustancioso. Tú, sé valiente y sacrifícate por el pueblo como me sacrifico yo.
– ¡Déjame, por favor!, que yo soy también pueblo- gimoteaba la gallina-; no me obligues a llamar al león.
Pero, aunque lo hubiera llamado, éste no hubiera acudido porque estaba ocupado en deshacerse del gato.
– Me parece que nuestros representantes se divierten a nuestra costa- se atrevió a decir una noche el conejo.
– Es verdad- susurró la gacela-, pero callémonos, por favor, si no queremos acabar como la gallina y el gato.
Al día siguiente la gacela y el conejo perecieron, no se sabe cómo, víctimas de un accidente, y acabaron en el plato de sus representantes.
Pronto se extendió el terror por toda la selva; hasta la crítica más pequeña al régimen era oída por la zorra y castigada por el león. De modo que, uno tras otro, los animales se vieron obligados a irse del valle y pedir asilo político a sus amigo de los alrededores. Y mientras los pobres exiliados se alejaban silenciosamente, el buitre desde lo alto de una roca silbaba una canción que comenzaba así:
Si entre desdichas mil
no deseas vivir,
a violentos y astutos
cuida de no unir.