Extraemos algunos párrafos del documento http://dbe.rah.es/biografias/8836/tomas-de-torquemada
Según C. Cienfuegos (1895: 49) nació en Valladolid en 1420 de la noble familia de los señores Torquemada, pero Hernando del Castillo, mejor informado, había escrito en 1584: “Fue natural de la villa de Torquemada, diócesis de Palencia, y tomó el hábito y profesión de la Orden de Predicadores en el Monasterio de San Pablo de Valladolid” (pág. 469).
Entró dominico en San Pablo de Valladolid, demostró parejo talento, se entregó con tesón “a la observancia” y a la Teología. Devoto y discípulo de la Summa theologiae del Aquinas y devoto y discípulo de la Summa de Ecclesia de su tío, fue profesor en San Pablo y en Piedrahita, roca fuerte de los observantes, y prior de Santa Cruz de Segovia.
Siendo prior de Segovia conoció, a través de la familia Hernán Núñez Arnalte María Dávila, a la princesa Isabel, futura Reina. Hernán Núñez fue tesorero de los Reyes Católicos; nombró a fray Tomás y a su esposa testadores suyos. La Reina, favorecedora de personas inteligentes y virtuosas, eligió al “Prior de Santa Cruz”, como le llaman sin más los documentos de la época y los adversarios, que no lo van a perder de ojo, confesor y consejero.
¿Qué intervención tuvo fray Tomás de Torquemada en la implantación del Santo Oficio español?
En la implantación y en los primeros pasos, poca o ninguna. Como se sabe, los Reyes no ejecutaron de inmediato la bula fundacional de Sixto IV. Sólo el 17 de septiembre de 1480 fueron nombrados inquisidores Miguel de Morillo y Juan de San Martín, y asesor Juan Ruiz de Medina, y fiscal Juan López del Barco; el primer Tribunal fue abierto en Sevilla.
Fray Tomás de Torquemada organizó la Inquisición moderna española dotándola de personal subdelegado, abriendo tribunales, dirigiéndola y, sobre todo, dándole un corpus de leyes e instrucciones para su funcionamiento. Con premura fue modificando y corrigiendo y completando esas leyes en consulta con sus auxiliares. Las primeras Instrucciones las dio en Sevilla, en 1484; las segundas, en diciembre del mismo año y en el mismo lugar; he aquí el íncipit o principio: “Por mandado de los serenísimos Rey e Reina, nuestros señores, yo, el Prior de Santa Cruz, confesor de Sus Altezas, Inquisidor General por autoridad apostólica en los reinos de Castilla e de Aragón, ordené los artículos siguientes cerca de algunas cosas tocantes a la Santa Inquisición e a sus ministros e oficiales, los cuales capítulos mandan Sus Altezas se guarden y cumplan, y yo, de parte de Sus Altezas y por la autoridad susodicha así lo mando, y son las que siguen”. El largo epígrafe da cuenta y razón del contenido de las Instrucciones, sin que sea menester detallarlas.
El proceso más traído y llevado de la Inquisición de Torquemada es el de los judíos conversos que profanaron una hostia consagrada y crucificaron a un niño en La Guardia (Toledo) (1490-1491). La historiografía judía ha propalado que fue todo un montaje de Torquemada. Pero el texto del proceso no permite tales subterfugios, pues sigue las Instrucciones con una fidelidad y un rigor estrictos.
El 2 de enero 1492 se consumó la reconquista con la toma de Granada. Año “felicísimo”, según lo califica un cronista del reinado de los Reyes Católicos por ese hecho, y por el Descubrimiento del Nuevo Mundo, y por la fundación de Santa Cruz la Real, y no tan feliz opinan muchos hoy, por el decreto (31 de marzo de 1492) de expulsión de los judíos. En este decreto es lógico que tomase parte activa fray Tomás de Torquemada, pero no en la forma que la leyenda dice. En la fundación de Santa Cruz la Real no sólo tomó parte, sino que a él se debe, y con una finalidad abiertamente encaminada a la reevangelización del Reino granadino.
Tomás de Torquemada, primer inquisidor general, “ha sido desde siempre y sigue siendo el más vilipendiado” de todos los inquisidores, apunta Ángel Alcalá, traductor de la Historia de la Inquisición Española, de Henry Charles Lea (1983: I, LXXIX). Mienta a Sabatini, a Lucka, a Jouve, a Hope, y pudo mencionar también a Lea, que lo tilda de “rígido e inexorable”, y de urdidor del “atroz” proceso de La Guardia. La historia objetiva no da pie para tales dicterios. El favor que le dispensaron los Reyes Católicos no hubiese florecido si el “Prior de Santa Cruz” no poseyese ejemplares virtudes. En una carta que le escribió Fernando el Católico desde El Viso, el 22 de julio de 1487, la acaba con una prueba de “regia” amistad: “vos ruego mucho, le dice, que de la salut de vuestra persona continuamente me fagades sabidor”.