Intérprete: CHENOA
Disco: CHENOA

Cuando Tú Vas

Presumiendo que lo sabe todo
me dice cosas que no suenan del todo bien
está tratando de seducirme
entre la marcha y tanto ruido no le oigo bien
pelo hacia atrás, sonrisa retorcida
intentará abordarme por segunda vez
no sé da cuenta que no me interesa
que lo que diga o lo que haga lo conozco bien

Y no me hables de sexo seguro
ni plastifiques mi corazón
ya estoy cansada de cuerpos duros
y mentes blandas que no saben de amor

Cuando tu vas, yo vengo de allí
cuando yo voy, tu todavía estás aquí
crees que me puedes confundir
y de qué vas, mirándome atrás
¡Ay qué descaro!, ahora me gustas más
Y es que no me fio porque sé que tu me engañarás

Le vi una mueca casi congelada
reflejado está en su cara lo que dije de él
y como un rayo solo dio la vuelta
me conquistó cuando me dijo que me equivoqué
por fin preguntas como me llamaba
la verdad hubieses empezado con buen pie
comprenderás que yo no te conozco
pero me muero de deseo por besar su piel

Y no me hables de sexo seguro
ni plastifiques mi corazón
ya estoy cansada de cuerpos duros
y mentes blandas que no saben de amor

Cuando tu vas, yo vengo de allí
cuando yo voy, tu todavía estás aquí
crees que me puedes confundir
y de qué vas, mirándome atrás
¡Ay qué descaro!,
ahora me gustas más
y es que no me fío porque sé que tu me engañarás

Cuando tu vas, yo vengo de allí
cuando yo voy, tu todavía estás aquí
crees que me puedes confundir
y de qué vas, mirándome atrás
¡Ay que descaro! ahora me gustas más
y es que no me fío porque sé que tu me engaña
sé que tu me engaña, sé que tu me engañarás

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Gente sin voluntad
Sándor Márai en su novela “La herencia de Eszter” (1939) narra de un modo imprevisible, con ritmo sorprendente, y tono pesimista lo inevitable que es el destino; cuenta la historia de una mujer soltera, que sufre la influencia de un hombre mentiroso y ladrón, Lajos, un aventurero para quien no hay bien ni mal, quien confiesa a su víctima Eszter: “yo siempre he sido un hombre débil. Me hubiese gustado hacer algo en este mundo, y creo que disponía de algún talento para ello. Sin embargo, la intención y el talento no son suficientes. Ahora ya sé que no son suficientes. Para la creación, hace falta algo más… una fuerza especial, una disciplina; o las dos cosas juntas. Creo que es a esto a lo que se suele llamar carácter… Esa capacidad, ese rasgo es lo que me falta a mí. Es como una sordera. Como la sordera de alguien que conoce las notas musicales que está tocando, pero que no oye los sonidos. Cuanto te conocí, no sabía esto… tú fuiste… lo que me faltaba: mi carácter… una persona que no tiene carácter… es un inválido en el sentido moral de la palabra. Hay muchas personas así. Son seres perfectos en todos los sentidos, pero es como si les faltara un miembro, una mano o un pie. Luego, se les pone una prótesis y se vuelven capaces de trabajar, de ser útiles para el mundo”. Eszter es pasiva y débil, deja que le roben todo, pero Lajos en realidad es víctima de su vicio, es hoja al viento de las circuntancias y de sus pasiones.
Hay gente sin voluntad, que son dependientes de esa “prótesis”, una voluntad que desde fuera les dice lo que toca hacer. Son como cabestros, tienen un carácter amorfo. Se trata de un tipo de gente «bondadosa», es decir simpáticos en principio pero sin palabra, variables y carecientes de toda iniciativa personal, de todo recurso; en estilo pintoresco se les llama veletas, porque se inclinan hacia donde sopla el viento. Un saco de harina no tiene movimiento propio, mas opone, al menos, una resistencia, su peso, a los esfuerzos de los que desean trasladarlo. Pero aparte de esto, no presentan resistencia. Obedecen sin reacción a todos los impulsos recibidos; esclavos de impulsos exteriores que los mueven, su sumisión es instintiva, casi animal. Magníficos caballos percherones, con ojos soñolientos y orejas caídas. Se les tira de la brida hacia la derecha y, pesadamente, se vuelven hacia la derecha; y con la misma pesadez soñolienta, si se les tira hacia la izquierda se vuelven hacia allá. Se les tira de ambos lados y se paran, y permanecen así sobre sus cuatro patas durante horas enteras, inmóviles hasta que alguien les pone en marcha.
Gente así, sin personalidad, no vive su vida interior que no tienen. Sus determinaciones les vienen desde fuera: su educación, su religión, su carrera, su matrimonio, todo es asunto de sus padres. Todo depende del cabecilla de turno. Sin ideal, pasarán la vida repitiendo lo que dice el periódico; practicarán la religión si así lo hacen por su alrededor (familia, colegio…); aúllan con los lobos y balan con los borregos.
¿Cómo se llega a este punto? Muchos, por nacimiento; otros, por pereza. Les asusta el esfuerzo. La servidumbre al que manda no les es agradable, pero mucho menos el trabajo que exige una vida personal: mejor dejarse llevar. El horror al trabajo y el placer por la indolencia los ha llevado a dejarse gobernar por las circunstancias y por los caprichos de los que les rodean. Pero en una cosa está equivocado Márai: el destino no es irrevocable, sino –como dice S. Tamaro en “Tobías y el ángel”- un proyecto, un sueño. Es como un puente: puedes ir al otro lado cuando lo has construido, y allí está lo que buscas. “Sin proyecto, el destino se te escapa de las manos como una cometa en un día de viento», y uno elabora este sueño con su voluntad. El destino es una especie de largo ovillo de lana. Este ovillo poco a poco se desenrolla y construye la vida. A veces corre liso, a veces forma nudos. Lo importante es tener siempre el extremo en la mano. Un cabo de madeja está en el puño del hombre y el otro está allá arriba, apretado en la mano infinita del creador… el camino que nos lleva a encontrarnos a nosotros mismos”. Los que no luchan, perezosos, “son prisioneros de su miedo. ¿Por qué tienen miedo? Porque creen que han equivocado el camino. Así se reprochan y añoran una vida que nunca ha existido… A menudo los hombres tienen miedo de la felicidad. Aunque la tienen delante de las narices no estiran la mano para atraparlo. La felicidad da más miedo que los ogros… La fuerza que desenrolla el ovillo es sólo una. ¿Cuál? La que mantiene el corazón caliente… la fuerza del amor”. Todo se puede arreglar con esa lucha ilusionada que nos proyecta hacia adelante: “no se vive del pasado; quién está siempre rumiando es como si llevara consigo una maleta de piedras”, aún de los fracasos sacamos fuerza para esa voluntad: “A veces tenemos que perder las cosas para entender su importancia… nada se pierde para siempre”. El problema es tener muchas preguntas y buscar las respuestas sólo a medias, no empeñarse con decisión a buscarlas hasta el final.
Llucià Pou Sabaté