Empezaba a anochecer, y hacía frío. Tenía miedo. Estaba sola. Sandra era una de esas chicas asustadizas, solo que esta vez tenía razones para estarlo. Apresurándose, se fue hasta una de las esquinas de la enorme habitación; se sentó en el suelo y arrinconada contra la pared recogió sus piernas contra el pecho mientras se balanceaba y sollozaba.
Uno de los ventanales se abrió de golpe dejando entrar una ráfaga de aire helado y una dulce risita retumbaba en su mente acompañada de una vocecita de niña que le decía: «Sandra… Sandra. ¿Ya no te acuerdas de mí?». Sandra estaba paralizada, y solo podía articular una palabra entre sollozos y sollozos: «¡vete!».
Así, sin más, un álbum de fotos se abrió ante ella. Era una niña: morena, con tirabuzones en el pelo y los ojos verdes y muy grandes, con una mirada helada. Volvió en si al escuchar el susurro: «¿Me recuerdas?». Era Laura, una compañera de clase.
Un día jugando en el patio empujaron a Sandra, y ésta chocó contra Laura. Laura cayó por la escalinata y un pincho la atravesó.Sandra, asustada, mintió diciendo que no sabía quién era, pero Laura se encargó de refrescarle la memoria:
Una serie de imágenes horrendas y escalofriantes pasaron delante de ella.
Laura le gritó: «¡ahora pagarás por lo que me hiciste!». «¡pero yo no fui!», suplicaba Sandra.
Un charco de sangre apareció a sus pies, seguidamente empezó asentir un dolor muy fuerte… y luego solo quedaba la oscuridad, y el silencio. El escalofriante silencio.
Dos días después encontraron su cabeza en la esquina de la habitación con un esbozo en la cara de miedo y pena, tenía los ojos muy cerrados y aún las lagrimas caían sobre sus mejillas.Ahora ya no puedo ir a jugar con mi prima Sandra, pero me visita… y así me ha contado ella su historia.