El triunfo no significa sentirse superior a nadie
En los siguientes cinco años el Tour lo proyectaría al lugar que hoy ocupa entre los consagrados del ciclismo mundial como Jacques Anquetil, Eddy Merckx y Bernard Hinault, todos ellos pentacampeones de la Ronda Gala. «No quiero cambiar», dijo en su momento Indurain, «me gusta cómo soy, he llegado muy alto y estoy a gusto con mi vida, pero nunca me he sentido superior a nadie«. Su humildad bajo la aureola de la victoria y su altivez en la derrota dejaron huella en el pelotón internacional. «De jovencito tenía un ídolo», mencionó alguna vez Indurain, «era Bernard Hinault, el que más me impresionó, era el que estaba de moda cuando yo empezaba, luego lo he visto de cerca y era un fuera de serie».
Ésta y otras historias de Induráin en…
Ciclismo: Miguel Indurain
El español empieza a practicar el ciclismo como un pasatiempo y hasta ahora es el único pedalista en ganar cinco Tour de Francia
Su porte sobre su jaca de acero, su fortaleza indomable y el respeto que siempre manifestó por adversarios y público, hicieron del español Miguel Indurain un verdadero Quijote del ciclismo. Sus hazañas de los 90 sobre carreteras de todo el mundo, época en que lo ganó prácticamente todo, lo convierten sin duda en un ícono del Siglo 20.
Su poderosa condición atlética y la táctica brillante con la que enfrentaba a sus rivales, le dieron como resultado ganar una infinidad de títulos en singles y dobles por igual.
El premio: un refresco
Siendo niño, Indurain llegó a Pamplona procedente de su natal Villava para continuar sus estudios básicos. Como el cambio no fue de su agrado, el pequeño Indurain protestó el hecho, canalizando sus energías hacia el deporte. Hizo de esquiador, de lanzador de jabalina y bala, saltó longitud, fue garrochista, pero también ciclista, ingresando al Club de Villava en 1976.
Indurain nació en 16 de julio de 1964 en Villava, Navarra y desde los 9 años dio sus primeros pedalazos en compañía de sus hermanos Prudencio, Isabel y María. A los 12 años, en el vecino pueblo de Elizondo, Indurain ganó su primera carrera, la segunda en que tomaba parte, y su premio fue un panecillo con refresco.
Ya desde esos años Indurain empezó a sentir la carga de responder a un equipo, como en sus años de profesional sucedió mucho tiempo. Su modesto equipo de chaval no tenía para darse lujos y en una ocasión los entrenadores pidieron permiso a Miguel Indurain padre para que dejara a su hijo competir en una localidad cercana. La duda que invadía a papá Induráin era dónde dormirían los noveles pedalistas, y además qué comerían si no llevaban dinero. La respuesta la tuvo uno de los entrenadores: todo se solventaría con el premio de primer lugar que obtendría el prometedor Indurain. Y así sucedió.
La joven promesa siguió ganando y haciéndose de un nombre en el ámbito aficionado de España, hasta que se consolida como un verdadero portento en 1983, año en que consigue los campeonatos de Navarra y España. «Nunca pensé en que iba a dedicarme al ciclismo profesional», diría en alguna ocasión el pentacampeón del Tour de Francia, «empecé en esto como un pasatiempo, las cosas me iban bien. «Hasta que llegué a Aficionados comencé a plantearme si iba o no a ganarme la vida encima de una bicicleta. Tenía 18 años y muchas dudas en mi cabeza».
A Profesionales
En 1985 Indurain da el salto al ciclismo de paga, fichado por el Reynolds. Como es normal, resiente el cambio de división y los éxitos, aunque existen, son más difíciles y aislados. La prueba de fuego para todo profesional, el Tour de Francia, no le sienta bien en sus primeras apariciones: abandonos en 1985 y 86; lugar 97 en 87, 47 en 88, 17 en 89, décimo en 90: años de fiel escolta de Pedro Delgado.
En los siguientes cinco años el Tour lo proyectaría al lugar que hoy ocupa entre los consagrados del ciclismo mundial como Jacques Anquetil, Eddy Merckx y Bernard Hinault, todos ellos pentacampeones de la Ronda Gala. «No quiero cambiar», dijo en su momento Indurain, «me gusta cómo soy, he llegado muy alto y estoy a gusto con mi vida, pero nunca me he sentido superior a nadie». Su humildad bajo la aureola de la victoria y su altivez en la derrota dejaron huella en el pelotón internacional. «De jovencito tenía un ídolo», mencionó alguna vez Indurain, «era Bernard Hinault, el que más me impresionó, era el que estaba de moda cuando yo empezaba, luego lo he visto de cerca y era un fuera de serie».
Se inicia el reinado
Ya desde 1990 Indurain empieza a pasar lista de presente en el panorama internacional. Para el Banesto se adjudica algunas pruebas de prestigio, pero más importante es su segunda victoria parcial en el Tour de Francia y el décimo puesto general en esta justa. Sin embargo, hecho sobresaliente fue que Indurain, estando en la escapada clave y con el virtual suéter amarillo a dos días para el final del Tour, se ve en la necesidad de ceder en favor de su jefe de filas, Pedro Delgado. «Perico ha sido uno de los grandes ciclistas españoles de todos los tiempos», comentaba Indurain, «junto a él he aprendido muchas cosas, él me sirvió de espejo para que yo fuera adquiriendo experiencia».
Tras las dos victorias consecutivas del estadounidense Greg Lemond en 89 y 90, 91 fue el primer año victorioso de Indurain y a falta de talentos que pudiesen llegar a ídolos, muchos pensaron que había nacido una estrella. «¿Coppi, Anquetil, Merckx, Hinault?», se preguntaba Indurain, «estamos hablando de montruos sagrados de este deporte, yo no puedo compararme a ellos. Yo, por el momento, sólo quiero ser Indurain».
‘El Extraterrestre’
El italiano Claudio Chiappucci, contemporáneo de Indurain, solía llamarlo «El Extraterrestre» y Gianni Bugno, de la misma generación, le decía «La Moto» y «Miguelón». Indurain respondía, «no soy ningún extraterrestre, aunque a veces esté en la luna». Algunos rivales, como el mismo Chiappucci, Franco Chioccioli y Marco Giovanetti, llegaron a reconocer que, en más de una ocasión, Indurain, elegantemente les cedió el podio. Esa misma elegancia le permitió no perder su figura, su semblante, aún en las rampas más empinadas o en las exigentes contrarreloj. «Le ves ahí, atacando», decía Chiappucci, «con la sonrisa en los labios y no sabes si está agotado, si está disimulando, o es que se va riendo de tí». «No soy una persona que exteriorice mucho sus emociones», solía decir Indurain.
La retirada
Mucho antes de ganar su quinto Tour consecutivo, Indurain ya estaba preparado para el día en que las victorias escasearan y no fueran ya de la magnitud deseada. «He llegado al máximo, a partir de ahí, o te mantienes o te vas para abajo. En el deporte lo bonito es luchar por la victoria y si el otro es mejor que tú y te ha ganado, no puedes hacer nada. «Siempre he aceptado las derrotas, además, si te tomas la gloria muy fuerte, entonces quizá la derrota será también muy fuerte«, afirmaba Indurain en sus días de éxito total.
Juan Ramón Piña / El Norte