El barón Artal de Mur y Puymorca, cuyo primogénito había partido a la guerra con Pedro de Aragón, deseoso de calmar las preocupaciones que la suerte de su hijo le ocasionaba, salió de caza.
No conseguía ninguna pieza y, cuando ya iba a abandonar, descubrió una hermosa jabalina. La acosó durante un buen rato, y al final la suerte del animal estaba echada.
Pero cuando el barón iba a lanzarle su venablo, la jabalina le habló con voz humana, diciéndole: «No me mates y te daré una gran recompensa». El barón, asombrado, hizo lo que le pedían, y volvió a su mansión abandonando la pieza. Por la noche, tras la cena, se encontraba el barón adormilado junto al fuego cuando una figura humana se presentó ante él, surgiendo de uno de los grandes troncos de leña.
Era Satanás y venía a cumplir la promesa que, metamorfoseado en jabalina, había hecho.
Primeramente le dio noticias de su hijo, asegurándole que se hallaba sano y salvo y que nada le pasaría porque le había puesto bajo su protección. Seguidamente, cogió uno de los más grandes tizones que ardían en la chimenea y, transformándolo en un lingote de oro, lo dio al barón.
A la mañana siguiente, la baronesa contó a su marido un extraño sueño que había tenido: paseaba por un monte vecino cuando se le apareció la Virgen, quien le dijo que quería que en aquel lugar se levantara una capilla en su honor.
Al barón, a su vez, contó lo que le había sucedido el día anterior, proponiéndole que con el primer dinero del lingote costearan los gastos de la capilla, a condición de que todos los años, en un día determinado, se oficiara una misa por el diablo.
Consultado el viejo sacerdote de Aínsa, si bien al principio lo consideró una herejía, acabó otorgando sus bendiciones. Y desde entonces, en aquella capilla se celebra una vez al año una misa por el diablo.