De tal palo…
El abuelo se había hecho ya muy viejo. Sus piernas no le obedecían, sus ojos ya no veían ni sus oídos oían, y además carecía de dientes. Cuando comía, la comida se le caía de la boca.
El hijo y la nuera dejaron de sentarle a la mesa y le servían las comidas detrás de la estufa. En cierta ocasión le llevaron la cena en un cuenco y cuando el anciano fue a cogerlo, se le cayó al suelo y se le hizo añicos. La nuera empezó a quejarse de su suegro, diciendo que lo rompía todo, y juró que desde aquél día le daría de comer en un balde de lavar los platos.
El anciano se limitó a suspirar sin decir nada. Poco después, el marido y su esposa vieron a su hijo pequeño jugando en el suelo con algunas planchas de madera; estaba intentando construir algo.
Movido por la curiosidad, el padre le preguntó:
«¿Qué estás haciendo, Misha?»
y Misha respondió:
«papá, estoy fabricando un balde para daros de comer en él cuando tú y mamá seáis viejos».
El marido y la mujer se miraron y empezaron a llorar, sintiéndose avergonzados de haber tratado así al abuelo.