Ester vive en una ciudad italiana que cuenta con una cárcel. Junto con otros voluntarios, acompaña en la prisión a un grupo de niños: son los hijos de los detenidos, que acuden a visitar a sus padres.
“Durante años he recibido formación cristiana en la parroquia y he acudido a actividades que ofrece el Opus Dei –explica Ester–. Entendí que debía encauzar la caridad, vivirla con quien necesitara de mi ayuda”. Desde entonces, colabora para que esos niños no pierdan los lazos afectivos con sus padres, con quienes no pueden vivir habitualmente.
Este tipo de voluntariado exige ser capaz de ayudar a los demás dejando de lado los prejuicios, ayudando al preso y a su familia, sin tener en cuenta el motivo de la condena. “Intentamos reconstruir con pequeños detalles el afecto entre padres e hijos –cuenta Ester–. Por ejemplo, con los más pequeños hacemos unos dibujos sencillos o recortamos unos corazones para que se los entreguen a los padres. Cosas así ayudan a los encarcelados a apreciar la belleza de la paternidad”.
Un momento delicado es cuando acceden a la cárcel, pues tienen que atravesar diversos controles. “Aunque los policías son muy delicados con los niños, el hecho de ser cacheados supone un impacto para los pequeños”.
Los encuentros duran aproximadamente una hora, en una sala desangelada. La edad de los niños varía desde los pocos meses hasta los 12 años. “Los pequeños de un año se quedan en brazos de sus madres; los mayores prefieren charlar sentados en las mesas; los demás, participan de los juegos que les proponemos las voluntarias”.
“Con los juegos, intentamos que los niños aprendan el respeto por el otro y el valor de la sinceridad. A ellos les gusta mucho pintar, especialmente imágenes de personajes de los dibujos animados. A través de esas pequeñas ‘obras de arte’ muchos padres comienzan a valorar la presencia de sus hijos”.
¿Por qué mi padre está ahí dentro?
Una tarea que exige mucha delicadeza es explicar los motivos por los que sus padres están allí. “Algunas madres –explica Ester– cuentan a los pequeños que el papá está realizando un trabajo particular en ese sitio. Así superan la sensación de haber sido abandonados”. Con todo, con el tiempo esa excusa suele ser desenmascarada, y hay que ayudar a los pequeños en el proceso.
“En una ocasión, una niña me preguntó que porqué su padre estaba allí. Evidentemente, la madre no había tenido fuerzas para explicarlo. Como era muy pequeña, le conté que su papá era un rey y ella una princesa. Por un encanto mágico, el rey no podía salir de aquel castillo, pero sí ser visitado por la reina y por la princesa”. Mientras la niña corría a abrazar a su padre, la madre, que había escuchado la historia, me dijo: “Te lo agradezco mucho. Yo me encargaré de contarle cómo continúa el cuento, hasta que comprenda la verdad”.