Un miembro de la tribu se presentó furioso al jefe de la tribu para informarle de que estaba dispuesto a vengarse de alguien que le había ofendido gravemente. ¡Estaba dispuesto a matarlo! El jefe le escuchó atentamente y le dijo que hiciera lo que quisiera, pero que antes llenara su pipa de tabaco y la fumara con calma al pie del árbol sagrado de la tribu.
Así lo hizo, y al cabo de una hora volvió y le dijo que lo había pensado mejor, que le parecía excesivo matar a su enemigo y que tan sólo le daría una paliza memorable.
Nuevamente el anciano le escuchó y aprobó su decisión, pero le ordenó que, ya que había cambiado de parecer cargase la pipa otra vez y fuera a fumarla al mismo lugar. También esta vez el hombre estuvo un largo rato meditando. Regresó con el anciano y le dijo que pensándolo mejor no le castigaría físicamente sino que le echaría en cara su mala acción públicamente para que no lo volviera a hacer.
Como siempre, fue escuchado con bondad por el anciano que le aconsejó por tercera vez repetir la acción. El hombre, algo molesto por la insistencia, pero mucho más sereno se dirigió al árbol centenario y allí fue convirtiendo en humo su tabaco y su enfado. Al terminar se reunió de nuevo con el anciano y le dijo:
-“Pensándolo bien veo que la cosa no es para tanto. Iré a ver a mi agresor y le daré un abrazo, así recuperaré un amigo que seguramente está arrepentido de lo que ha hecho” El jefe, satisfecho de esta resolución le contestó:
-“Eso es precisamente lo que yo hubiera querido decirte desde el principio, pero era necesario darte tiempo para que lo descubrieras por ti mismo”
Tomado de Francisco Cerro, Cientos de cuentos. Ed. Monte Carmelo