A Jaime, hombre joven, con buena imagen de sí mismo y de ideales progresistas, le quedaban sólo dos asignaturas para terminar Económicas, aunque en la actualidad trabajaba como bombero a fin de obtener los ingresos necesarios con que afrontar los últimos gastos de la carrera. Quería prosperar, y ciertamente no le faltaban cualidades ni méritos para ver cumplido su propósito.
Militaba en un partido político moderado y era defensor franco de causas elevadas: ecologismo, justicia social, igualdad… De modo que sólo sentimientos compasivos bullían en su corazón mientras circulaban a toda prisa para socorrer a una cuadrilla de obreros sepultada en el derrumbe del viejo hotel que se hallaban restaurando. Antes incluso de pisar el lugar del siniestro fueron conscientes de la envergadura de la tragedia.
A consecuencia del caos, y favorecida por la sequedad del verano, una ominosa nube de polvo se había adueñado del aire y ahora llovía corpúsculos de espanto y muerte muchos metros más de su origen.
Eran los primeros en llegar; ni policía ni ambulancias se hallaban presentes. Siguiendo instrucciones precisas de sus superiores, el equipo se desplegó en la dantesca montaña de escombros. Pronto empezaron a localizar cadáveres.
La visibilidad no era buena; casi parecía que buscaban entre la niebla. A Jaime, ya situado en la sección trasera que la había sido asignada, le pareció percibir un débil quejido. Moviéndose por entre los cascotes con calculada rapidez, no tardó en descubrir a dos obreros muy próximos el uno del otro, aún con vida pero ostensiblemente malheridos.
Gritó en demanda de ayuda, y en ese momento vio que justo por encima de los hombres parte de una pared se mantenía en endeble equilibrio. Supo instintivamente que el tiempo se acababa. Era apremiante sacarlos de allí, pero no podía cargar con los dos. Tuvo que elegir.
Tomó en sus brazos al blanco, dejando en manos del destino al negro… Aun sabiendo que el contexto le había exigido inmediatez en la elección, más tarde no pudo dejar de preguntarse por qué al realizarla no sintió al menos una fugaz y humana duda ¿Por qué?