Érase una vez, un pueblo apartado en el que vivía una familia pobre que tenía la facultad de tomar todas las cosas por su lado positivo. Una mujer rica se interesó por esta familia y decidió ayudarles.
Un día le visitó un vecino de la familia pobre y le comento a la señora que no les ayudara porque la estaban embaucando y le dijo:
“Los niños de esa familia siempre comen cosas deliciosas, lujos que ni yo puedo permitirme” – dijo el vecino.
La mujer rica fue a visitar esta familia para comprobar la situación real en que vivían sus miembros.
Cuando llego a la casa donde vivían, se paró junto a la puerta, a punto de llamar, cuando oyó que una de las niñitas se preguntaban una a otra:
– “¿Te vas a servir carne con puré hoy?
– No, creo que comeré pollo asado – respondió la otra niña”.
Al oír eso la mujer golpeó la puerta y entró inmediatamente. Vio a las dos niñas sentadas a la mesa en la que había unas pocas rebanadas de pan seco, dos patatas frías, un jarro de agua y nada más.
Por lo que la señora al entrar y ver lo que tenían en la mesa les pregunto que estaban comiendo y ellas le contestaron que imaginaban que su pobre comida era toda suerte de manjares y el juego hacía que la comida les fuera un verdadero festín.
-“Usted no sabe lo delicioso que es el pan cuando una lo llama torta de frutillas”.
– “Pero es mucho más rico si lo llamas helado de crema – dijo la otra niña”.
La señora rica salió de allí con una nueva idea de lo que significa la felicidad. Descubrió que esta, no está en las cosas, si no en los pensamientos.
No pidamos que cambie nuestra suerte, pidamos ser transformados nosotros.
Entonces, veremos que hay muchas cosas positivas, que nos aguardan en la suerte que nos ha correspondido.