Cuento dedicado a Yuri Gagarin, astronauta soviético, que a su regreso del espacio dijo que no había visto a Dios.
Continúa con el cuento dedicado a Yuri Gagarin sobre que él no había visto a Dios
Había una vez una colonia de peces azules que vivía en las profundidades. Eran muy inquietos y curiosos, y continuamente exploraban los alrededores en busca de nuevos descubrimientos. También discutían mucho entre sí, porque todos tenían una idea diferente de cómo era el mundo. Tan es así, que un día el Consejo de los peces azules más ancianos llamó a comparecer a uno de sus más jóvenes y audaces exploradores. Había una cuestión sobre todo que apasionaba a los investigadores, y había llegado el momento de darle una respuesta definitiva. «Te hemos llamado porque consideramos que ha llegado la hora de someter a verificación experimental la más discutida de nuestras preguntas. Viajarás por mucho tiempo en todas las direcciones posibles, y a tu retorno, nos darás tu informe ocular: ¿el Océano, existe o no? » El joven pez azul se llenó de orgullo al ver que se le encargaba semejante misión. Sin tardar, se lanzó de lleno a recorrer el universo. Nadó en todas las direcciones, y tomó cuidadosa nota de todo lo que veía y oía. Nuevas especies de peces, plantas, moluscos, pasaron a enriquecer el tesoro de conocimientos de la colonia de peces azules, gracias a su viaje. Descendió hasta lo más profundo, se adentró en lo más oscuro, subió hasta lo más alto, hasta cerca de donde brillaba esa extraña luz. Y finalmente regresó a dar cuenta de su misión ante el Consejo. Estaba en condiciones de aportar un informe empírico, que pondría punto final a todas las discusiones y especulaciones ociosas. No había visto al Océano por ningún lado. Por tanto, éste no existía.