El viaje a Bilbao fue una experiencia fascinante que combinó cultura, gastronomía y paisajes urbanos únicos. Al llegar, lo primero que me impresionó fue la modernidad de la ciudad, destacada por el icónico Museo Guggenheim, una obra maestra de la arquitectura contemporánea. Sus formas curvas y su revestimiento de titanio brillaban bajo el sol, haciendo del edificio una obra de arte en sí misma. Dentro, la colección de arte moderno y contemporáneo fue impresionante, con piezas que invitan a la reflexión y la admiración.
Después de visitar el museo, paseé por la ría de Bilbao, disfrutando de la mezcla de arquitectura moderna y edificios históricos que bordean el agua. Caminé hasta el Casco Viejo, donde la historia de la ciudad se siente en cada rincón. Las Siete Calles, con sus adoquines y edificios antiguos, albergan una variedad de bares y tiendas tradicionales. Me detuve en un bar para probar los famosos pintxos, pequeñas delicias gastronómicas que son un reflejo de la creatividad culinaria del País Vasco. Cada bocado fue una explosión de sabores.
El segundo día lo dediqué a explorar el Monte Artxanda, subiendo en el funicular para disfrutar de una vista panorámica de la ciudad. Desde allí, Bilbao se desplegaba en toda su majestuosidad, con la ría serpenteando y los montes que la rodean. La tranquilidad del lugar contrastaba con la vida bulliciosa de la ciudad abajo.
El viaje a Bilbao fue mucho más que una simple visita turística; fue una inmersión en la cultura vasca, con su rica historia, su arte de vanguardia y su inigualable gastronomía. Es un destino que combina a la perfección lo antiguo y lo nuevo, ofreciendo una experiencia que es difícil de olvidar.