Nací en la próspera tierra de Tartesos, un lugar legendario por su abundancia en plata. La plata, extraída de las minas de Cartagena, Sierra Morena y Almería, era tan abundante que los barcos que venían a comerciar con nosotros cambiaban sus anclas de hierro por otras de plata.
Recuerdo ver esos barcos regresar a sus tierras con anclas resplandecientes. Los mercaderes venían desde las islas del Mediterráneo y Grecia, y siempre quedaban maravillados con nuestras riquezas. Nos contaban que la fama de Tartesos y de nuestro rey Argantonio, «el hombre de la plata», se extendía por todo el mundo conocido. Argantonio, conocido por su bondad y riqueza, hizo de Tartesos un centro de comercio y prosperidad.
Nuestros navegantes también surcaban el Atlántico y por las costas que recorrían, encontraban lanzas y otros objetos que llevaban nuestra marca, testigos de nuestro comercio. El mercado de Tartesos era un hervidero de actividad, lleno de mercaderes y productos exóticos.
Argantonio no era solo un rey; era un símbolo de nuestra era dorada. Su generosidad y sabiduría eran legendarias. A menudo lo veía en el mercado, hablando con los mercaderes y asegurándose de que todos estuvieran bien.