Querida madre,
Aunque tu presencia física ya no esté entre nosotros, tu recuerdo sigue vibrando en cada rincón de mi ser. Cada día, al despertar, me encuentro anhelando tu cálida sonrisa y la dulzura de tus palabras reconfortantes.
Recuerdo los momentos compartidos, los abrazos que eran refugio en tiempos de tormenta, y las risas que resonaban en nuestro hogar, impregnando el aire con amor y alegría. Tus enseñanzas y consejos siguen guiando mis pasos, recordándome la fuerza que reside en la bondad y el valor de la perseverancia.
Aunque el dolor de tu partida sigue latente, encuentro consuelo en los recuerdos que atesoro en lo más profundo de mi corazón. Cada recuerdo es un tesoro, un destello de luz que ilumina mi camino en la oscuridad.
Echo de menos tus manos, que siempre estaban dispuestas a secar mis lágrimas y acariciar mis preocupaciones lejos. Echo de menos tu voz, que era música para mis oídos, reconfortante y llena de sabiduría. Echo de menos tu amor incondicional, que era el pilar de nuestra familia y el faro que guiaba nuestros días.
Aunque ya no puedo abrazarte físicamente, siento tu amor envolviéndome como un manto cálido en los momentos de soledad y tristeza. Tu legado perdura en cada acto de bondad que realizo, en cada sonrisa que comparto y en cada paso que doy hacia adelante.
Madre querida, aunque el tiempo pase y las estaciones cambien, tu recuerdo seguirá siendo eterno en mi corazón. Te llevaré conmigo cada día de mi vida, recordando tu amor y tu bondad como el mayor regalo que la vida me ha dado.
Con amor eterno,
[Tu nombre]