Querido hijo,
Hoy me encuentro escribiendo con el corazón roto, tratando de encontrar las palabras adecuadas para expresar el inmenso dolor que siento por tu partida. La vida me ha arrebatado la luz de mis días, mi razón de ser, y la ausencia que dejas es abrumadora.
Tu partida deja un vacío que nunca podrá llenarse y una tristeza que nunca desaparecerá completamente. Pero a pesar de la oscuridad que siento, también sé que en algún lugar más allá de nuestra comprensión, estás en paz, libre de dolor y sufrimiento.
Recordaré cada uno de tus pasos, desde tus primeros balbuceos hasta los momentos en que te convertiste en la maravillosa persona que fuiste. Cada risa, cada abrazo, y cada instante compartido es un tesoro que guardaré en el santuario de mi corazón.
Tu amor llenó mi vida de significado y aunque ya no estés físicamente a mi lado, siento tu presencia en cada rincón de nuestro hogar. Tus recuerdos son como estrellas brillando en la oscuridad, iluminando mi camino en los días más difíciles.
Hoy, más que nunca, te extraño con una intensidad que corta el alma. Pero también quiero agradecerte por haber sido mi mayor regalo, por el amor que compartimos y por cada lección que aprendí a tu lado.
Descansa en paz, mi amado hijo. Mientras enfrento la realidad de tu ausencia, llevaré tu memoria con dignidad y amor, sabiendo que algún día nos volveremos a encontrar en un lugar donde el tiempo y el sufrimiento no existen.
Con amor eterno.