Querida mamá,
Han pasado días, meses y años desde que te fuiste, pero el dolor sigue fresco en mi corazón como si fuera ayer. Recuerdo cada instante de tu valentía, de tu amor inquebrantable incluso en los momentos más difíciles. Fuiste mi roca, mi refugio y mi inspiración.
El recuerdo de tu lucha contra esa enfermedad dolorosa es agridulce. Ver tu fuerza y tu resistencia ante el sufrimiento me demostró la verdadera grandeza del espíritu humano. Tu valentía en esos días oscuros me enseñó a encontrar luz incluso en las circunstancias más adversas.
Echo de menos tus abrazos, tus consejos sabios y esa sonrisa que iluminaba cualquier habitación. Las lágrimas que derramo ahora son un tributo a tu amor infinito, a tu sacrificio y a la manera en que diste todo de ti misma por nosotros.
Sé que ya no sufres, que has encontrado paz en un lugar mejor. Pero, oh madre querida, cómo anhelo un solo momento más a tu lado, para decirte cuánto te quiero y cuánto significas para mí.
Cada día intento seguir adelante, pero hay un vacío en mi corazón que nunca se llenará por completo. Tú fuiste y siempre serás el pilar de nuestra familia, el corazón que nos unía a todos.
Te extraño, mamá. Tu ausencia es un dolor que nunca desaparecerá del todo, pero también es un recordatorio constante de tu amor eterno.
Con amor infinito.