Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, le dio todo lo necesario para vivir en armonía y le entregó la libertad para que pudiera elegir su propio camino. Pero, con el paso del tiempo, Dios comenzó a ver que la maldad de los hombres iba en aumento. Cada día que pasaba, los hombres se alejaban más de los valores y principios que Él había establecido.
Dios veía que los hombres cometían todo tipo de pecados: robaban, asesinaban, cometían adulterio y fornicación, mentían y se engañaban unos a otros. Dios observaba todo lo que ocurría en la tierra, y su corazón se llenaba de dolor al ver el mal que los hombres eran capaces de hacer. Sentía una gran tristeza al ver cómo el hombre había perdido el camino que Él le había mostrado.
Sin embargo, en medio de tanta maldad, Dios encontró a un hombre que aún seguía sus mandatos y preceptos. Este hombre era Noé, quien halló gracia ante los ojos de Dios y fue elegido para construir un arca que lo salvaría a él y a su familia del diluvio que se avecinaba.
Dios siguió viendo cómo los hombres se alejaban de su camino, pero también encontraba consuelo en aquellos que aún seguían sus enseñanzas y lo adoraban con sinceridad. A pesar de todo, su amor por la humanidad seguía siendo inmenso y su misericordia infinita.