“Un día en que estaba teniendo muchos problemas, especialmente con los niños, un amigo llamó por teléfono. Le conté que tenía un día tremendo, y él dijo:
-¿Por qué no piensas en María como la madre maravillosa a la cual puedes pedir ayuda?
Yo dije:
-Seamos honestos. Primero de todo, me estás diciendo que trate con una mujer que nunca pecó. Segundo, me estás hablando de una mujer que tuvo sólo un hijo, el cual era perfecto. Piensa tan sólo en esto: Si algo en la mesa está mal, todos se vuelven hacia San José ¡tiene que ser culpa de él! Yo no creo en eso de rezarle a los santos. Pero si lo hiciera, me dirigiría a San José. ¡No tengo ninguna relación con María!
(Más tarde comenté esta historia con una amiga que estaba preocupada por el hecho de que yo no pudiera dirigirme a María. Después de pensar un rato, ella dijo: «Kimberly, lo que dices es cierto: ella es perfecta y tuvo sólo un hijo también perfecto; pero si realmente ella es la madre de todos los creyentes, ¡piensa tan sólo cuántos hijos difíciles tiene!»)”.
(Scott y Kimberly Hahn, “Roma, dulce hogar”, p. 162)