El 31 de enero de 1886 se reunieron junto a Don Bosco los alumnos de los cursos superiores del Oratorio de Turín y le dijeron: – Cuéntenos algún sueño que se relacione con nosotros.
Y él respondió:- Una noche soñé que estaba en el patio paseando rodeado de muchos alumnos y que uno de ellos siempre me volvía la espalda. Noté que en sus manos llevaba un ramillete de hermosas flores, pero seguía volviéndome la espalda. Yo le hice ver lo feo que era esa costumbre, y él me respondió: – Es que yo soy como las campanas que invitan a la gente a que vaya al Templo pero ellas nunca van a misa.
Ese joven lo conozco muy bien, pero no digo quién es.
Nota: Quizás les quería insistir en lo peligroso del apostolado es decir cosas muy bellas a la gente, pero no cumplirlas el que las recomienda.
Cumpliéndose así lo que Jesús decía de los escribas: “Colocan pesadas cargas de obligaciones en los hombros de los demás, pero ellos no mueven ni un dedo para llevar esas cargas” (Mt. 23,4).