Soñé que estaba paseándome por una avenida por las afueras de la ciudad de Turín. De pronto se me acerco el rey Carlos Alberto y se detuvo sonriente para saludarme.
– ¡Buenos días, Majestad! – exclamé.
– ¿Cómo está Don Bosco? – Estoy muy bien y muy contento de encontrarme con su Majestad.
– Si es así, ¿quiere acompañarme a dar un paseo? – ¡De mil amores! – Pues vamos.
El rey vestía de blanco y no tenía ninguna insignia de su dignidad.
– ¿Qué dice Usted de mí? – me preguntó.
– Que vuestra majestad es un buen católico – le respondí.
Y él añadió: Para Usted quiero ser no solamente un buen católico, sino que quiero ser también su amigo y protector.
Siempre me he interesado por su obra, y he deseado verla progresar. Ya Usted lo sabe. Hubiera querido ayudarle más, pero los acontecimientos no me lo han permitido.
– Majestad: ¿me quisiera conceder un favor muy especial? – ¿Cuál sería? – Le pediría que fuera el padrino, el patrono especial en nuestra fiesta de San Luis.
– Con mucho gusto, pero comprenda Usted que esto llamaría mucho la atención, y causaría mucho alboroto. De todos modos veremos la manera de que Usted quede contento, aun sin mi presencia.
El rey desapareció y yo me desperté.
Nota: Carlos Alberto fue rey de Saboya (norte de Italia) desde 1831 hasta 1849. En ese año en marzo, le dejó el reino a su hijo Víctor Manuel, y en julio murió. Fue siempre un benefactor del Oratorio de Don Bosco. Por varios años los cantores de Don Bosco cantaron en la catedral la Misa de Réquiem en el día de su aniversario de la muerte de Carlos Alberto.