El guía me invitó a entrar al infierno. Yo sentía mucho miedo pero me puse a pensar: – Para ser condenado a quedarse en el infierno tiene uno que haber pasado antes por el Juicio de Dios y haber recibido sentencia de condenación. Y yo no he recibido todavía esa sentencia; luego, entremos.
Y penetramos en aquel estrecho y horrible corredor. Sobre cada una de las puertas internas había un letrero. Sobre una puerta horriblemente fea, la más fea puerta que he visto en toda mi vida, leí este letrero: “Los impíos, los que no le dan importancia a Dios”; y luego aquella otra frase del Evangelio: “Aquí será el llorar y el crujir de dientes”.
Era como avisos de lo que puede esperar a quienes siguen en paz con sus pecados, sin hacer nada serio por corregirse.