La noche del 5 de julio de 1862, tuvo Don Bosco un sueño que narró el 6 de julio, así: “Anoche tuve un sueño singular. Me pareció que me encontraba con una persona que me decía: Usted encárguese de educar a los jóvenes varones, pero deje a otros el educar a las jóvenes niñas”.
Yo le dije: ¿Pero es que Jesucristo vino al mundo a redimir solamente a los muchachos? ¿O vino también a redimir a las muchachas? Y añadí: – Si Jesús vino a salvar a los niños y a las niñas, yo debo trabajar de tal manera que por los unos y las otras no se hayan derramado inútilmente la sangre de Jesús.
Y en ese momento se oyó un ruido espantoso y volví a mirar a lo lejos y vi venir un enorme caballo rojo, más alto que un edificio de varios pisos, más alto que el Palacio Madama.
Todos salieron huyendo. Yo me quedé a observarlo y aunque temblaba de pies a cabeza me le acerqué.
– ¡Que horror de bestia tan descomunal! Y sobre él venían muchas personas. Y hasta tenían alas.
Y exclamé: “¡Este es el mismo demonio!”.
Y pregunté a uno: “¿Qué es este enorme caballo?”.
Y él me respondió: – Este es el Caballo Rojo del cual habla el Apocalipsis.
Después me desperté muy asustado y esa mañana durante la misa y mientras confesaba me acordé muchas veces del terrible Caballo Rojo y me propuse averiguar qué es lo que dice el Libro del Apocalipsis acerca de él.
Nota: Don Bosco encargó al Padre Durando que buscara en la Santa Biblia qué es lo que el Apocalipsis dice del Caballo Rojo, y lo que encontró fue esto: “Al abrirse el segundo sello, apareció un Caballo Rojo y se le concedió quitar a la tierra la paz, para que se maten unos a otros. Y se le dio una espada muy grande” (Ap. 6,4).
Don Bosco entendió que iba a llegar mucha violencia a la tierra y que iban a venir muchas matanzas y crueldades, y que a la Iglesia Católica le llegarían enormes persecuciones. Y decía: – Todos deberíamos contribuir al triunfo de nuestra Santa Madre la Iglesia Católica difundiendo mucho las buenas lecturas, y deberíamos colaborar a favor de la paz del mundo, propagando las enseñanzas de Jesús en el Evangelio (MB. 7,194).