Un grupo de amigas había decidido ir a Nevada para pasar unos días. Se registraron en el hotel y subieron a su habitación a dejar el equipaje, pero notaron un olor peculiar, como si se les hubiera olvidado sacar la basura o no hubieran tirado de la cadena del váter. Sin embargo, todo parecía estar en orden, así que se fueron y no volvieron hasta la última hora de la noche.
El olor había empeorado notablemente a lo largo del día y ya era casi insoportable, de modo que llamaron a mantenimiento para que localizara su origen. La persona que les mandaron miró debajo de las camas, dentro de los armarios, incluso olfateó los desagües y las ventilaciones, pero no pudo encontrar la fuente del olor. Al final, limpiaron la habitación con generosas cantidades de productos perfumados, pusieron la ventilación al máximo y desearon las buenas noches al grupo de amigas. La peste estaba, por el momento, enmascarada, y como ellas estaban agotadas, se fueron a la cama. Una de ellas escondió la cartera debajo del colchón, como acostumbraba a hacer en los hoteles.
Todas durmieron hasta bien entrada la mañana: grandes rayos de sol entraban ya en la habitación, caldeándola en extremo. El hedor seguía presente y más potente que nunca. Una de las mujeres, ya bastante irritada, volvió a llamar al departamento de mantenimiento para quejarse. Luego llamó al director del hotel para quejarse un poco más. Un pequeño ejército de personal de dirección y mantenimiento se presentó en breve, y una vez más, rebuscaron por todas partes sin resultado. Sin embargo, todos estuvieron de acuerdo en que el olor era inaguantable, así que dirección ofreció cambiar a las amigas de habitación.
Recogieron sus cosas para bajar al vestíbulo, pero cuando la señora que había escondido la cartera hurgó debajo del colchón, tocó algo que parecía sospechosamente una mano humana. Quitaron el colchón de encima de la cama y ahí, en un hueco practicado entre los muelles del somier, había un hombre muerto. Era evidente que lo habían asesinado en la habitación y el asesino lo había escondido entre el colchón y el somier. Había recortado una parte de los muelles del somier para que el cuerpo no formara un bulto en la cama.
Jan Harold Brunvand