—¿Y tú no tienes nada que aprender, mi pichón?
—No. Hay algo que aprender, pero no sé qué es. Un millón de guijarros no pueden hacerme santo si no me lo merezco, y no me importa lo que las otras gaviotas piensen de mí.
—¿Y cuál es tu respuesta, pichón? —El Alumno Ofical Local parecía algo alterado por la herejía de Antonio—. ¿Cómo llamas al milagro de la vida? La Gran-Gaviota-Juan-Salvador-Bendito-Sea-Su Nombre dijo que volar…
—La vida no es un milagro, Oficial —lo interrumpió Antonio—, es un aburrimiento. Tu Gran Gaviota Juan es un mito que alguien pergeñó hace mucho tiempo, un cuento de hadas en el que los débiles creen porque no tienen el coraje de ver el mundo tal como es. ¡Imagínate, una gaviota que puede volar a trescientos kilómetros por hora! Lo he intentado, pero lo más rápido que he conseguido ir es a unos ochenta kilómetros, bajando en picado y prácticamente fuera de control. Existen leyes sobre el vuelo que no se pueden violar, y si no lo crees pruébalo por ti mismo. ¿Realmente crees que tu gran Juan Salvador llegó a volar a trescientos kilómetros por hora?
—Y aún más rápido —dijo el Oficial, con fe ciega—. Y enseñó a otros a hacerlo.
—Eso dice el cuento. Pero cuando me enseñes que puedes volar a esa velocidad, Oficial, empezaré a prestarte atención.