No recuerdo quién ofreció el primer vuelo barato: sí que fue una revolución. Ahora muchos podemos conocer mundo por poco dinero. El peligro es pasar por «las piedras» con prisa, como pasan las hojas del calendario.
Ofrecemos hoy una contribución de una chica que regala un consejo de oro para que cada viaje, aunque sea de negocios, pueda atesorarse como diferente…
Hay ocasiones en que pienso en lo afortunada que he sido en la vida. No es que no haya habido desventuras ni tropiezos, sino que Dios me ha dado la aceptación suficiente para no verlos como piedras encima de mí que me hundan, sino como piedras en las cuales pararme y poder subir.
Recuerdo por ejemplo, una ocasión en que se hizo un concurso de ortografía en el internado.
Resulta que era costumbre poner en el «Cuadro de honor» sobre la chimenea del hall cada mes a las que sobresalieran en su grupo. Casi siempre el primer lugar de mi grupo lo compartíamos una compañera y yo.
Se ponían también otras categorias adicionales a la escolar, como lo eran las actividades que nos enseñaban en el internado como era taquigrafía, mecanografía, inglés. Además de nuestro desempeño dentro de los grupos de girlscouts.
En dichas categorías casi siempre estaba en los primeros lugares. Era una niña muy estudiosa y dedicada. Me gustaba mucho la escuela y las actividades que nos enseñaban. Para muchas de mis compañeras era tormentosa la escuela, para mí, no. La disfrutaba.
No era raro entonces que mi nombre estuviera casi siempre en el «Cuadro de honor».
Esto me provocaba por supuesto alegría y orgullo, me gustaba ver mi nombre ahí porque era mucho el esfuerzo que hacía. Pero nunca lo ví como una carrera o competencia con mis compañeras, no estudiaba para estar en el cuadro de honor, estudiaba porque me gustaba hacerlo.
Al contrario de algunas compañeras que deseaban estar en ése cuadro y no lo conseguían. Simplemente porque no disfrutaban estudiar, ahora lo entiendo.
El estar en el cuadro de honor conllevaba también algunas ventajas: se les daba preferencia a éstas muchachas cuando habían eventos como excursiones, paseos. El internado estaba sostenido en la mayor parte por personas de buena voluntad y una pequeña parte por lo que aportaban nuestros padres. Los viajes o excursiones corrían a cargo de la asociación y no siempre se podía llevar a todas. Entonces se elegía a las que tuvieran más méritos. Era como un premio a nuestro esfuerzo no sólo en la escuela, sino en nuestro desempeño en las labores del internado.
Yo era una niña que me gustaba compartir con mis compañeras, auxiliarlas. No era raro que siempre fuera a las excursiones y paseos.
Sin embargo, en ésa ocasión eramos dos las que teniamos los mismos méritos. Se iba a ir a Estados Unidos de paseo. Y sólo había boleto para una. La otra se iba a ir a Mérida, Yucatán en otro paseo. Recuerdo perfectamente la tarde en que la directora del internado en el estudio como le llamábamos al lugar parecido a un salón de clases donde estudiábamos todas las tardes nos dijo que éramos Patricia y yo las que teníamos los méritos suficientes para ser elegidas (como quien dice, estábamos empatadas) y se había decidido que la forma de «desempatarnos» sería un concurso de ortografía.
Empezó el concurso y podíamos habernos seguido toda la tarde y la noche. Ni una ni otra fallaba. Las dos conocíamos las reglas ortográficas, las dos estudiábamos mucho. Y fué una palabra la que me dió finalmente el triunfo: Ixtaccihuatl.
No era una palabra que se adhiriera a las reglas ortográficas, era una palabra que se aprendía leyendo. Sólo leyendo. Y yo leía mucho. La lectura era y es mi hobbie preferido.
Eso hizo la diferencia. Y disfruté un viaje que mi abue no hubiera podido pagarme, porque costaba mucho. Es cierto que no fuí yo sóla de parte de las chicas del internado, fueron dos compañeras más que consiguieron financiamiento sus padres independientemente de su desempeño.
Patricia fué a Mérida como premio a su esfuerzo, yo a Estados Unidos por lo mismo.
Y las dos compañeras que menciono, sin otro mérito que el de sus padres que trabajaban para personas de la asociación fueron a los dos paseos. Así es la vida.
Sin embargo, hubo una diferencia. Tanto Patricia como yo, hicimos de ése paseo una experiencia maravillosa, una experiencia de aprendizaje y para las otras fué sólo un viaje del cual presumir.
Nosotras reconocíamos en cada lugar, en cada actividad lo que habíamos leído. Reconocíamos la historia, entendíamos las costumbres, comprendíamos. Recuerdo que para éste viaje, saqué un diccionario, por lo menos para entender lo que oía y poderme comunicar. Mis compañeras simplemente viajaron.