Citas de libro La felicidad Conyugal
Lo que sonaba en mi alma era: ¿para qué? ¿Para qué hacer algo si de forma tan gratuita se desaprovechaban mis mejores años? ¿Para qué? Y a ese para qué no había más respuesta que las lágrimas. Capítulo I
Me parecía que mi vida estaba condenada a transcurrir en ese lugar solitario y apartado del mundo. Capítulo I
Usted no debe y no puede estar triste —dijo—. Tiene usted la música, que entiende, los libros, los estudios… Tiene toda una vida por delante, para la que ahora justamente debe prepararse si no quiere lamentarlo después. Dentro de un año ya será tarde. Capítulo I
Estudie más, no ceda a la melancolía. Capítulo I
Tanto con sus palabras como con sus ojos me colmó de caricias. Capítulo II
Los libros que antes leía sólo para matar el tedio de pronto fueron para mí uno de los mayores placeres en la vida; y todo únicamente porque él y yo hablábamos de libros, los leíamos juntos, y era él quien me los proporcionaba. Capítulo II
El decía que en la vida hay una felicidad indiscutible: vivir para el otro. Capítulo II
Él me descubrió todo un universo de alegrías en el presente, sin modificar nada en mi vida, sin añadir nada, salvo a sí mismo a cada una de mis impresiones. Capítulo II
Ese estado de ánimo especial de alegría inmotivada que tanto me gustaba en él y que llamábamos «loco entusiasmo». Capítulo III
El corazón me latió con tanta fuerza y una alegría tan inquietante, como prohibida. Capítulo III
Mi pecho estaba henchido de una felicidad tan grande que cuando volvía de la iglesia a casa tenía miedo de la vida, tenía miedo de cualquier impresión, de cualquier cosa que pudiese destruir esa felicidad. Capítulo IV
Ahora tiene en el alma una música que es mejor que cualquier otra música en el mundo. Capítulo IV
Sólo sentía que algo extraordinario me estaba ocurriendo. Capítulo V
Los sentimientos, las inquietudes y la felicidad de esos dos meses podrían ser suficientes para toda una vida. Capítulo VI
Nuestra vida no desmerecía frente a nuestros sueños. Capítulo VI
Leía, me dedicaba a la música, a su madre, a la escuela; pero todo era únicamente porque cada una de estas ocupaciones estaba relacionada con él y merecía su aprobación; pero en cuanto él no estaba ligado a alguna cosa, los brazos se me caían, y me resultaba muy extraño pensar que hubiese en el mundo algo aparte de él. Capítulo VI
Sólo él existía para mí en el mundo, y para mí era el más maravilloso y el más impecable de los hombres; por eso no podía vivir para nada más que no fuese él, que no fuese ser a sus ojos lo que él creía que yo era. Y él me creía la mejor y la primera de las mujeres del mundo, dotada de todas las virtudes posibles; y yo intentaba ser esa mujer a los ojos del mejor y el primer hombre de todo el universo. Capítulo VI
Quería movimiento y no el fluir sosegado de la vida. Quería inquietudes, peligros y sacrificio en aras del sentimiento. Había un exceso de energía en mí que no encontraba su lugar en nuestra vida apacible. Era presa de arrebatos de melancolía que yo, como si fuera algo malo, intentaba ocultarle, y también tenía arrebatos de una desbocada ternura y regocijo, que lo asustaban. Capítulo VI
Estaba tan ofuscada por ese súbito amor que por mí se había despertado de pronto en tanta gente extraña, por ese aire de elegancia, de placer y novedad que ahora respiraba por primera vez, había desaparecido tan repentinamente esa su influencia moral que tanto me oprimía, y me resultaba tan agradable en este nuevo mundo no sólo ponerme a su altura sino situarme por encima de él y de ese modo amarlo más y de forma más independiente que antes, que no lograba entender qué era aquello, tan dañino para mí, que él veía en la vida social.
Esas falsas relaciones pueden acabar con nuestras verdaderas relaciones, y yo aún tengo esperanza de que las verdaderas vuelvan. Capítulo VII
Una lucha de generosidades. ¿No es eso la felicidad conyugal? Capítulo VII
Me aterró que fuera a romperse para siempre esta relación que era toda mi felicidad, y quise volver. Capítulo VII
Sentí que todo un abismo se había abierto entre nosotros. Capítulo VII
De pronto su rostro me pareció viejo y desagradable. Capítulo VII
A partir de entonces nuestra vida cambió radicalmente, y también cambiaron nuestras relaciones. Ya no estábamos tan bien a solas como antes. Había cuestiones que evitábamos, y nos era más fácil hablar cuando había una tercera persona con nosotros que cuando estábamos frente a frente. En cuanto la conversación versaba sobre la vida en la aldea o sobre algún baile, era como si un tropel de chiquillos se nos pusiera a correr en plenos ojos y nos resultara incómodo mirarnos. Como si los dos sintiéramos dónde estaba el abismo que nos separaba y tuviésemos miedo de acercarnos a él. Capítulo VIII
Para cada uno de nosotros fueron surgiendo nuevos intereses, nuevas preocupaciones propias que ya no intentábamos hacer comunes. Dejó de inquietarnos que cada uno de nosotros tuviese un mundo propio, ajeno al mundo del otro. Capítulo VIII
Desaparecieron definitivamente sus accesos de alegría conmigo, sus niñerías; desapareció también su eterno perdón y su indiferencia por todo, eso que antes tanto me había molestado. Tampoco volvió a aparecer su mirada profunda que antes me desconcertaba y me alegraba; desaparecieron las plegarias juntos, los éxtasis compartidos, e incluso nos veíamos con poca frecuencia: él siempre estaba de viaje y ni se inquietaba ni se afligía por dejarme sola; yo llevaba una vida social muy intensa en la que él no me hacía falta. Capítulo VIII
Me hice a la idea de que no se trataba de falta de sinceridad, sino de la no necesidad de sinceridad. Capítulo IX
Ahora no sería capaz de entender eso que antes me parecía tan claro y tan justo: la felicidad de vivir para el otro. Capítulo IX
Cada época tiene su amor… Capítulo IX
De la misma manera que aquel año, cuando acababa de conocerte, pasaba noches enteras en vela pensando en ti, y yo mismo cultivé ese amor, y ese amor no hacía más que crecer en mi corazón, de esa misma manera en Petersburgo y en el extranjero pasé noches terribles en vela rompiendo, destruyendo ese amor que me atormentaba. Al amor no logré destruirlo, pero destruí lo que me atormentaba y me tranquilicé, y sigo amándote, pero con un amor distinto. Amor, pero no aquel; ha quedado su lugar, pero él ha estado muy enfermo, no tiene fuerza ni vitalidad, han quedado recuerdos y gratitud, pero…No vamos a intentar repetir lo vivido —continuó—, ni vamos a engañarnos. ¡Qué bien que no existan las inquietudes y las ansiedades de antaño! No tenemos nada que buscar ni por qué inquietarnos. Ya lo hemos encontrado y nos ha tocado una buena parte de felicidad. Ahora lo nuestro es borrarnos y despejar el camino, mira para quién —dijo, señalando a la nodriza que había llegado con Vania y se había detenido en la puerta de la terraza—. Así es, querida —concluyó, atrayendo mi cabeza hacia él y besándola. No me besaba un amante, sino un viejo amigo. Capítulo IX
Lloro por ese amor que se fue, que ya no existe ni volverá a existir. ¿Quién tiene la culpa? No lo sé. Ha quedado. Capítulo IX
Lo miré, y de pronto me sentí aliviada; como si me hubiesen amputado ese nervio emocional enfermo que tanto me había hecho sufrir. Capítulo IX
De pronto entendí clara y tranquilamente que el sentimiento de aquella época había pasado de manera irreversible, como el tiempo mismo, y que hacerlo volver no sólo era imposible, sino que provocaría opresión y malestar. Y, por otro lado, ¿de verdad había sido tan buena aquella época que a mí me parecía tan feliz? ¡Había pasado tanto tiempo, tanto! Capítulo IX
A partir de ese día el idilio con mi marido terminó. El sentimiento de antaño se convirtió en un recuerdo querido e irrevocable, y el nuevo sentimiento de amor por mis hijos y por el padre de mis hijos sentó el comienzo de otra vida, feliz de manera absolutamente distinta, una vida que aún no he terminado de vivir en este momento… Capítulo IX