Las desgracias, los problemas, las preocupaciones y las crisis son inevitables, forman parte de nuestra vida; la forma en que nos afecten es nuestro problema.
Los problemas, las desgracias y las crisis… son una parte integral y continua de la vida. Antes o después, cualquier persona —a cualquier edad, sea cual sea su nivel intelectual, su posición económica, y viva donde viva en este mundo— se verá obligada a afrontar con verdadera valentía, temple y coraje las situaciones más adversas, complicadas y hasta desgraciadas. Es esencial aceptar esta realidad con una actitud lo más serena posible, incluso de buen grado y, por extraño que parezca, hasta con sentido del humor, sin entregarse a quejas ni lamentaciones inútiles que solamente servirían para debilitarnos más físicamente y también psicológica y emocionalmente. Ya nos advierte Fénelon que «la desgracia depende menos de las cosas que se padecen que de la imaginación con que se aumenta nuestra desventura», recordando a Epicteto, que, bastantes siglos antes, ya insistía sabiamente en lo mismo. Lo inteligente y práctico es diseñar —con la mayor frialdad y sentido común que nos sea posible— un inteligente y bien pensado plan de acción eficaz, especificando:
Qué es lo más conveniente y práctico que debemos hacer. Con qué medios contamos y qué ayuda adicional nos vendría bien. Cuándo iniciamos la acción eficaz. No cejar en el empeño hasta lograr el objetivo que nos hemos propuesto.
Recordemos que todas las personas sobresalientes por su inteligencia práctica, capacidad de acción eficaz y sabiduría tienen en común tres cosas:
La aceptación de las adversidades, problemas y desgracias como algo normal. No amedrentarse ni desanimarse jamás ante ellas, sino afrontarlas y presentarles cara. Ver su aspecto positivo y constructivo, pues, como bien decía Lacordaire, «la desgracia abre el alma a unas luces que la prosperidad no ve».
Bernabé Tierno