Siempre salimos ganando
Durante el mes de mayo, en un colegio, el sacerdote sugería a los niños que ofreciesen a la Virgen María algún detalle de cariño cada día. Luego, de vez en cuando, les pedía que expusiesen por escrito, sin hacer constar su nombre, lo que habían ofrecido.
Un crío de seis años decía haber ofrecido a la Virgen no hacer ruido con el pupitre: «pero la mesa se me movía».
Otro, también de seis años, contaba que el domingo a la mañana le ofreció tener los zapatos limpios todo el día. Después se fueron al campo y ya no volvió a acordarse. Y «a la noche, por suerte, los tenía limpios».
Continúa la anécdota con intención, con una reflexión…
Uno estuvo luchando con una mesa «bailarina» todo el día. Al otro, «por suerte», le salió bien.
Ante Dios cuenta el empeño y esfuerzo que ponemos por hacer bien las cosas. Los resultados importan menos.
Los «fracasos» nos santifican. Las omisiones, no. Y, casi siempre, tememos más los fracasos que las omisiones.